Palacio Strozzi
El palacio renacentista
Muchos
fueron los factores que determinaron que el renacimiento del clasicismo tuviera
lugar en la pequeña República de Florencia. En primer lugar, la arquitectura
gótica, triunfante en toda Europa, nunca fue del todo aceptada por los pueblos
de Italia. Por el contrario fue considerada como un arte extranjero, ajeno a su
sensibilidad y a su tradición.
Salvo en casos
excepcionales como el de la Catedral de Milán, diseñada por arquitectos extranjeros,
los edificios góticos italianos presentan sólo algunos aspectos superficiales
de esa arte mientras que permanecen clásicos en cuanto a que el sistema
estructural es de pesados muros en vez de delicados nervios, el espacio
presenta una verticalidad mucho menos acusada y la iluminación es a través de
pequeñas ventanas y no de grandes vidrieras.
Por otra parte, Florencia en particular se
había convertido en una potencia económica gracias al comercio de la lana, a su
industria textil y a sus prestigiosos bancos. Por entonces el florín, la moneda
de oro florentina, circulaba por toda Europa y se había convertido en la unidad
cambiaria de referencia del continente. Esta prosperidad material fue acompañada
por un anhelo de progreso artístico e intelectual de las clases altas. Éstas
estaban orgullosas de sus méritos y gozaban del tiempo libre necesario para
poder avocarse al estudio de la antigüedad clásica. La primera cuestión derivó
en el desarrollo de un pensamiento centrado en el hombre: el Humanismo; la segunda,
en la revitalización y emulación de las obras de la antigüedad clásica: el
Renacimiento.
Los poderosos príncipes mercaderes del
Renacimiento eran diplomáticos, guerreros, poetas y estudiosos de la
antigüedad; dominaban las lenguas clásicas y coleccionaban pergaminos y obras
de arte antiguos. Estos hombres patrocinaban generosamente las artes
encomendando pinturas, esculturas y obras de arquitectura, tanto para sí como
para la comunidad. Dicho fomento particular del arte será conocido como el
Mecenazgo. El refinamiento en las
costumbres de las clases altas dio origen a una nueva tipología residencial: el
palacio. Acorde con los tiempos y a diferencia del castillo medieval, emblema
del feudalismo, este tipo edilicio estará ubicado en plena ciudad, carecerá de murallas
y fortificaciones y será el símbolo de la sofisticación y urbanidad de la
burguesía triunfante.
La principal base teórica de la arquitectura
del Renacimiento fue un tratado escrito en el siglo I a.C., cuyo autor es un arquitecto romano, Marco
Vitruvio Polión. A pesar de que no tuvo gran repercusión en su tiempo, el
tratado de Vitruvio se convirtió en una obra de culto para los arquitectos
renacentistas debido a que era el único libro de su especie que había llegado a
sus días desde los tiempos clásicos. Este manual de arquitectura versa -entre
otras cosas- sobre los órdenes clásicos, la simetría y las formas y
proporciones ideales. Estas últimas provienen
de las
teorías de Platón sobre la perfección intrínseca del círculo, el cuadrado y sus
figuras y cuerpos geométricos derivados. También expresa que las proporciones
ideales pueden encontrarse en el cuerpo humano y relaciona ello con las formas
de Platón. Leonardo Da Vinci fue quien logró trasladar exitosamente esta idea al
papel, concibiendo el famoso dibujo conocido como el Hombre de Vitruvio. Tanto como para Pitágoras, para los
arquitectos del
Renacimiento
todo era número. Sostenían que así como la racionalidad numérica creaba armonía
en la música, crearía belleza en la arquitectura. De allí deviene el hecho de
que proyectaran los edificios bajo estrictas relaciones matemáticas.
El palacio renacentista, siguiendo la
tradición mediterránea, se organiza en torno a un patio central. El mismo está rodeado,
en planta baja, de galerías abovedadas sostenidas por arcos que descansan sobre
delgadas columnas clásicas. Sobre las galerías habrá tantos niveles como tenga
el edificio sobre la planta baja. El palacio renacentista es idealmente
cuadrado y su patio también. Ello respondía a la idea de la planta centralizada,
la cual se apoyaba en el concepto humanista del hombre como centro, que se pone
de manifiesto en la Oración de la Dignidad del
Hombre, de
Pico de la Mirandola: “Te he puesto en el
centro de la creación para que en adelante puedas observar más fácilmente todo
lo que hay en el mundo que te rodea”.
Los palacios renacentistas generalmente se
desarrollan en tres niveles: la planta baja daba lugar a las oficinas; el primer
piso, el piano nobile, estaba destinado a la familia y el segundo a los
sirvientes. Las escaleras que vinculan los diferentes niveles no tienen el
protagonismo que alcanzarán en el período barroco. León Battista Alberti, arquitecto
y tratadista del Renacimiento escribirá al respecto: “Cuantas menos escaleras haya en un edificio y menor sea el espacio que
ocupen, menos molestias causarán”.
Las fachadas del palacio renacentista son
simétricas y se desarrollan en un mismo plano, sin cuerpos adelantados ni retranqueos,
lo cual permite una clara lectura del volumen del edificio. Siguiendo la tradición
medieval, están decoradas con almohadillados que simulan sillares de piedra
rústica. Sin embargo, los arquitectos del Renacimiento dieron a esta tradición
un sentido totalmente nuevo: dispusieron pesados y toscos sillares para la planta
baja, más livianos para el primer piso y aún más para el segundo. Mediante esta
gradación se hace una clara diferenciación de los niveles y se otorga a la
fachada “tectonicidad”, es decir, la impresión de que las partes inferiores
pueden soportar el peso de las superiores. Coronando las aberturas, que se
disponen en forma regular, los sillares forman arcos y de esa forma las
jerarquizan. Es de destacar que, siguiendo con la tradición medieval, las
ventanas de los palacios renacentistas están divididas al medio por una columna
que sostiene los dos arquillos que conforman el dintel. Este tipo de ventana recibe
el nombre de ajimez.
Los primeros palacios del Renacimiento están
rematados por una cornisa clásica proporcionada a la altura total del edificio.
Dicho coronamiento permite ocultar los tejados y de esta forma no alterar la
volumetría cúbica. Así son los palacios Picolomini, de Alberti, en Siena
(1469); Medici-Riccardi, de Michelozzo di Bartolommeo (1444) y Strozzi, de Benedetto
da Maiano (1489), los dos últimos en Florencia. A medida que progresaban los
estudios sobre las ruinas de Roma, las fachadas se fueron enriqueciendo
mediante la introducción de otros elementos de la arquitectura clásica.
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