El fenómeno colonial protagonizado por los griegos de diferentes poleis en época arcaica estimuló la producción cerámica al constituirse en el principal objeto de intercambio que les daría acceso a las numerosas y variadas materias primas, de las que en el originario entorno griego se carecía.
Al responder a una serie de características que han permitido su nítida clasificación, incluido el lugar de origen, el hallazgo de las cerámicas griegas atestigua en principio el alcance de su orientación comercial quizás con asentamientos provisionales, después el establecimiento definitivo de las fundaciones coloniales en diferentes enclaves costeros del Mediterráneo y del Mar Negro, y más tarde la órbita de influencia comercial de las propias colonias que a su vez comerciaban con las metropolis griegas.
De este modo, y como precedente se constata desde el siglo IX a.C. el intercambio con la costa sirio-palestina, y a partir del siglo VIII las relaciones comerciales con los etruscos y los pueblos latinos, cuya evidencia, remontando aguas arriba las cuencas fluviales, se advierte ya en el establecimiento de un puerto comercial a orillas del Tíber, en el área de San Omobono en Roma entre el 770-730 a.C.
Asimismo, los contactos con el extremo Occidente, a través de las cerámicas griegas halladas en Huelva y fechadas entre 675-625, quizás reflejando el interés que ya habían suscitado en los fenicios las riquezas de Tartessos; y el área de influencia de Emporion (Ampurias) sobre la costa peninsular mediterránea y los intercambios con la población indígena – ubicada en el emplazamiento próximo de San Martín de Ampurias – para cuyo fin Emporion importó ingentes cantidades de cerámica ática en el transcurso del siglo V a.C.
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